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Los actores secundarios, los médicos, la circulación de la sangre

Hay una conexión directa, entre Harvey (el descubridor de la circulación de la sangre), los actores secundarios de las películas y los médicos

Bueno, vale, la conexión es muy sutil. Pero existe. Si sigue leyendo quizá le convenza.

William Harvey fue el primer médico que describió con detalle la circulación de la sangre, en un libro que publicó en 1628. Aquí debo aclarar que Miguel Servet, el teólogo y científico aragonés, había descrito la circulación pulmonar en 1553. Sin embargo, como era usual en el pasado, los avances en las diferentes disciplinas científicas, sociales y naturales se propagaban con tanta lentitud que era frecuente que incluso quedaran relegados al olvido. Harvey observó y registró cómo la sangre circulaba del corazón a las arterias y de las venas al corazón (y supuso acertadamente que la sangre de las arterias de algún modo llegaba a las venas, aunque nunca vio los capilares (¡no había microscopios!). Así que Harvey acertó al decir que la sangre circulaba (antes se creía que pulsaba, ondulaba, pero no que se moviera realmente). Acertó en el “cómo”. Cosa diferente era el “para qué”.

"La conexión sutil entre Harvey, los actores secundarios y los médicos especialistas"

Harvey no sabía para qué circulaba la sangre. Nunca lo supo. Nunca supo que la sangre transportaba oxígeno a los tejidos y retiraba CO2. No hay que culparle: el oxígeno tendría que esperar más de un siglo para ser descubierto. Ahora, pongámonos en la piel de Harvey: empleó mucho tiempo en el estudio de la sangre. Sus métodos eran tan ingeniosos, elaborados y rigurosos que algunos de sus contemporáneos (el filósofo Hume, por ejemplo) le consideraron una de las personas más brillantes de su época. Así que teorizó acerca de la función de la sangre. No la relegó a un papel secundario. No la consideró de importancia menor. Ni más ni menos, propuso que la sangre era lo único realmente vivo en el cuerpo. Era lo que le daba “calor” al cuerpo. Todo lo demás, los demás órganos, estaban supeditados a la vida de la sangre, y eran en realidad un contenedor de la sangre. Incluso el alma, en cierto modo, estaba en la sangre.

Los actores secundarios. Cuando entrevistan a varios actores que han participado en alguna película (típico en los reportajes de “cómo se hizo…” tal o cual película), con frecuencia les piden que hagan un resumen del argumento de la película. Y es muy frecuente que el argumento (oh, sorpresa) gire en torno a su personaje, por muy secundario que parezca. Si entrevistan al actor que hace de malo en una película de superhéroes, el argumento girará en torno a los dilemas del malvado y la elaboración de su personaje, dejando al superhéroe de turno como un pasmarote que sólo da mamporrazos. Y si aparece cinco minutos mal contados en toda la película, esos cinco minutos cobran en ocasiones un significado casi místico, que condiciona el desarrollo y culminación de la trama.

¿Y los médicos? La medicina es una disciplina extremadamente compleja. El conocimiento accesible sobre cualquier aspecto de la salud y de la enfermedad es aplastante. Literalmente. Así que muchas veces, para poder dar al paciente el cuidado de la mayor calidad, los médicos tenemos que sacrificar algo del conocimiento general del cuerpo del paciente por un mayor conocimiento de algún aspecto particular. Una especialidad tan compleja como la cirugía maxilofacial, que trata estructuras tan delicadas y que perdona tan mal los errores de cálculo y de juicio, requiere de especialistas que se “superespecialicen” en alguna de las áreas. Algunos se inclinan hacia la cirugía reconstructiva, otros, a la cirugía craneofacial. La patología maxilofacial infantil, las enfermedades de la articulación temporomandibular, la cirugía ortognática, la cirugía estética, la medicina oral… son algunas de las áreas de superespecialización.

"Una especialidad tan compleja como la cirugía maxilofacial requiere de superespecialistas para evitar errores de juicio y de cálculo"

La superespecialización es necesaria y además es inevitable. Pero nunca debemos olvidar que, aunque lo sepamos todo sobre una enfermedad o un tratamiento en concreto, puede que esa enfermedad o tratamiento no sea lo más importante para el paciente. Puede que para el paciente seamos solo un personaje secundario en su vida. Puede que el protagonismo lo tenga otro médico, o incluso ninguno, aunque el paciente esté enfermo. Puede que no seamos el centro de las aspiraciones del paciente. De la misma manera que la sangre transporta la vida a los tejidos, que son los que están “vivos”, muchas veces los médicos debemos contentarnos (y estar contentos y conformes) con el papel de acompañar al paciente, consolarle y confortarle. Y algunas veces, mejorar su vida con las herramientas de las que disponemos. Pero si pretendemos que lo que tiene el paciente encaje siempre en nuestra superespecialidad, si pretendemos que vamos a solucionar todos los problemas del paciente utilizando las herramientas que sabemos utilizar (y, no nos olvidemos, no sabemos utilizar todas), entonces nos vamos a estrellar. Y con nosotros el paciente. Para evitar colisiones siempre debemos mirar y “ver” al paciente. No sólo a su enfermedad.

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