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Reacciones del médico ante el síntoma inexplicable

Hace poco cayó en mis manos un artículo periodístico con las recomendaciones para pacientes con síntomas a los que sus médicos no habían podido encontrar remedio. Era un artículo fantástico, muy equilibrado, dirigido realmente a ayudar a los pacientes a encontrar la mejor solución para sus problemas, sin para ello atosigar a su médico ( muchas veces por el mecanismo de cambiar de médico). Me encantaría escribir un artículo con recomendaciones para los médicos que se enfrentan a esa situación. No me atrevo a dar recomendaciones. Solo una pincelada, incompleta y sesgada seguro, de cosas que he visto. Algunas de ellas las he practicado.

Según voy escribiendo, me doy cuenta que remediar los síntomas no suele ser lo que más desasosiega al médico. Para los síntomas tenemos analgésicos menores, antiinflamatorios no esteroideos, mórficos, neurolépticos, sedantes centrales, antidepresivos, antiepilépticos, ansiolíticos, y dentro de cada unos de estas familias de faámacos la variedad es infinita. El vademecum se rinde a nuestros pies. Los síntomas no son el problema, al menos a corto plazo. El problema real viene cuando no somos capaces de encontrar un diagnostico. Al drama de no resolver el problema del paciente desde el origen se añade para el medico el desasosiego de haber fallado profesionalmente. De haber fallado como “ técnico de diagnostico y tratamiento”. Espero que esta denominación se entienda en su contexto. No querría que se enfadara ningún descendiente directo de Asclepio o sobrino carnal de Hipócrates. No ser capaz de encajar la sintomatología del paciente en un cuadro lógico, en el que aparezca una causa que esté provocando unas consecuencias nocivas para el paciente es muy inquietante para el medico. Y además dificulta enormemente la curación. Es, en resumen, el equivalente en la edad adulta del examen que uno dejaba en blanco en el instituto. A lo largo de mi vida profesional he visto, tanto en mi mismo como en mis compañeros, varias reacciones ante el pánico de la hoja en blanco.

1. La negación. Esto que me cuenta el paciente no es real. Se lo está inventando. El mecanismo menos imaginativo y el más patético. Hay una vuelta de tuerca: se lo está inventando “para fastidiarme”. Juro que lo he visto.

2. La bendita estadística. Consiste en explicar los síntomas del paciente como aproximación estadística: si llevo vistas 7 cefaleas tensionales, el siguiente paciente tendrá la octava (aunque los síntomas no encajen ni contratando a los acomodadores del metro de Tokio un día de diario).

3. La salida “House”. El paciente padece la última enfermedad rara leída en la revista especializada (¡o vista en la serie de televisión!) Es un recurso valiente y que requiere de una considerable erudición. Los cirujanos maxilofaciales vemos con cierta frecuencia diagnósticos realmente alambicados en lo que resulta ser finalmente un dolor de muelas.

4. La enfermedad mental. La depresión y sus primos, la neurosis y la hipocondría. Ante esto, no está de más recordar la indefectibilidad de la muerte. Hasta el neurótico más neurótico finalmente fallece, como los que son “sanos mentales”, de alguna enfermedad orgánica, física (exceptuando accidentes, claro). Ojito con eso.

5. Vuelva usted mañana. Esta opción, tan española y decimonónica, sin embargo, resulta ser especialmente eficaz. Personalmente la encuentro muy recomendable. Una vez descartados los diagnósticos más tenebrosos (y en general, más sencillos) se le puede decir al paciente que vuelva cuando sus síntomas no sean tan atropellados. Da al médico la perspectiva que tiene el pintor cuando se aleja un poco del cuadro que está pintando.

6. Invitación al “Tour de la imagen médica”, que tengo la impresión que desde hace tiempo ha desbancado al clásico Giro del laboratorio de análisis clínicos. Con lo bonitas que salen las imágenes en 3D, con colorines incluidos, ¿quién quiere un asterisco en un aburrido listado de iniciales, no por menos conocidas (ALT, GPT) menos oscuras?

7. Será un corte de digestión. Yo, que hice medicina sólo para aprender el mecanismo del corte de digestión, ese proceso fisiopatológico que provocaba indefectiblemente la muerte (en segundos) si uno entraba al agua de la piscina sin esperar las dos horas de rigor desde la comida (tres en caso de paella y cocido); yo, digo, me hice los 6 años de carrera, el MIR y la residencia sin que nadie me diera paradero de su etiopatogenia (bueeeno, algo parecido si hay, pero menos florido).

8. Oiga usted… no sé lo que tiene. No veo que tenga ningún tumor ni ningún otro tipo de enfermedad mortal a corto plazo, pero se va a quedar usted, al menos por el momento, en la categoría de tareas pendientes.

9. Es algo del riego. Una vez descartada la posibilidad de que el cerebro funcione con riego por goteo, y comprobada la necesidad de sangre abundante en cerebro, cerebelo y bulbo raquídeo, la falta de riego resulta un argumento inapelable.

El abanico de respuestas es enorme. Personalmente utilizo con cierta frecuencia la 5 y la 8. Como complemento, y ya que tengo dos ojos, pongo uno en los libros y revistas médicas (siempre hay que estar aprendiendo), y el otro en el paciente. Literalmente. Nunca conseguí ser el extraordinario y famoso médico del que me habló una vez un paciente en estos términos: “Doctor, mire usted si es bueno el Dr. XXX que me recibió, entrevistó, diagnosticó y recetó sin ni siquiera mirarme a la cara”. Eso lo han oído estas orejas que los gusanos se comerán algún día. Pero nunca confesaré el nombre del médico. Ni bajo tortura.

Hasta la próxima entrada en el blog.

Entrada publicada en el blog "El espejo del alma" http://www.quironsalud.es/blogs/es/espejo-alma

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